domingo, 30 de septiembre de 2012

Cuatro Billetes Manchados de Sangre 4


Apartamento  2ºB – Salón (de madrugada).
-          Bueno, yo me voy a dormir – anunció Deuce.
-          De acuerdo, Buenas noches – le respondió Suzu, ya que Robbie se había tumbado en el sillón con la cabeza contra la almohada y no podía hablar.

Se escuchó como el chico moreno cerraba la puerta de su cuarto y Suzu se sentó en el pequeño sofá que había al lado de donde estaba su amigo. Robbie estaba hecho polvo. Sabía que July se tomaría su tiempo hasta que las cosas volvieran a la normalidad. Como cada vez que se peleaban. Pero esperaba que con la llegada de su hermana al menos, se le enfriara un poco el disgusto.

La presentación con Katia había sido algo incómoda e improvisada, pero a pesar de eso, habían podido ver que la hermana de July era una chica con personalidad. Aunque su corte de pelo, ya dijera de por sí que tenía personalidad. No era como Robbie se imaginaba a los hermanos de July. Siempre había descrito a su familia, como la típica familia rica inglesa creyente y conservadora. Ella un día se hartó de ese rollo y empezó a peinarse diferente, a vestirse diferente y a sacar unas notas bastante diferentes. Sus padres hasta le tenían miedo. Pero que burbuja pasivo-agresiva estalló cuando July dijo que se iba a vivir con  tres chicos a la otra punta del país. Eso fue demasiado hasta el honorable señor Van Der Bath.

-          Tío, ¿sigues vivo? – le dijo Suzu sacándole de sus ensoñaciones.
-          Eso creo.
-          Tranquilo, sabes que se le pasará.
-          Lo sé, pero aún así desearía no haberlo hecho – Robbie levantó la cara del cojín y se sentó apoyando los pies en la mesilla.
-          Tío, ya se que te mola July y todo eso pero controla tus instintos animales.
-          ¡El niñato ese es gilipollas, no escuchaste lo que decía! Realmente se merecía lo que le hice. July no debería estar con alguien así.
-          Robbie, tranquilo. El chaval es gay.
-          ¿Qué?
-          Es lo que intentaba decirte Jack antes de que fueras a pegarle.

Robbie se quedó en blanco y se dio cuenta de lo imbécil que era. Había cometido una tontería del tamaño de un edificio, que no hubiera hecho si se hubiera parado un momento a escuchar. Se dejó  caer y volvió a enterrar la cara en el cojín soltando un sutil: <<Mieeerrrdaaaa…>>. Suzu le dio unas palmaditas en la espalda y se fue a prepararse algo de comer.

Apartamento 2ºB – Habitación de July (de madrugada).
Katia asomó la cabeza por la puerta del baño, todavía envuelta en la toalla de ducha. Veía a su hermana sentada en la cama leyendo una libreta con partituras, haciendo anotaciones de vez en cuando. Parecía triste. O enfadada. O las dos cosas. El caso es que detestaba verla así. Antes de que entraran la había oído discutir con alguien, identificó la voz del chico rubio. Robbie. Guapo, moreno y con un pelazo. Malillo. Perfecto para su hermana. Pero a ella le habían gustado más cualquiera de los otros dos. De todas formas, se repetía a sí misma que tenía que echar el freno. Solo tenía quince años. Se apretó la toalla y se sentó al lado de su hermana.

-          ¿Qué haces? – le dijo Katia mirando la partitura.
-          Corrijo algunas canciones – July la miró sonriendo, pero no era una sonrisa de verdad.
-          No – dijo la pequeña -, tú crees que estás corrigiendo algunas canciones. Pero en realidad estás comiéndote el coco con ese chico con el que te has peleado antes.
-          Eh, un respeto, canija.
-          Canija. Pero soy más alta que tú.
-          Calla.
-          Venga – Katia se impacientaba – cuéntame lo que ha pasado.
-          Está bien – July le contó todo lo de la playa, lo que ella había creído sentir. Todo lo que pasó hace un año o dos. Le contó todo lo que pasaba en el grupo. Y luego volvió a hacer énfasis en lo de la playa.
-          Y no sabes por qué pegó a ese chico – asimiló Katia.
-          Exacto.
-          Oh, joder, July. Solo tú podrías no darte cuenta de algo así.
-          A ver, por qué dices que es – dijo July cruzándose de brazos y mirando desafiante a su hermana.
-          ¡PORQUE LE GUSTAS IMBÉEEECIL!

July se apresuró a lanzarse sobre su hermana y taparle la boca. Con ese grito seguro que había despertado a todos los vecinos, que ya les tenían suficiente manía. Entonces se paró a pensar en lo que había dicho Katia. Ella no le gustaba a Robbie. Lo tenía claro. Katia seguía sus fantasías de adolescente, era normal. Sin embargo, algo dentro de ella le decía que la hiciera caso. Y entonces empezó a sentirse mal por haber regañado tanto al chico antes. Se había pasado.

-          Creo que voy a hablar con él.

Apartamento 2ºB – Pasillo (de madrugada).
July se removía inquieta ante la puerta de Robbie. Ya había llamado dos veces. Katia observaba la escena con un ojillo desde la puerta entornada de la habitación de su hermana. Sabía que si el chico tardaba en salir mucho más, ella se marcharía, pero estaban de suerte. Entonces se abrió la puerta. Robbie abrió con cara soñolienta y despeinado. Y sin camiseta. Katia vio como a su hermana no se le subían los colores irremediablemente y tuvo que reprimir una risita. July preguntaba que si podía pasar un momento y se iban dentro. No no no, entonces no podría verlos. Seguro que la perra de su hermana lo había hecho a propósito. En cuanto se cerró la puerta, Katia fue corriendo a apoyar la cara en la puerta para escuchar mejor, pero se chocó con alguien que también iba a cotillear. La empujó sin querer y estuvo a punto de caerse al suelo, cosa que hubiera estropeado el ambiente que tenían ahí dentro seguro. Entonces el chico de pelo lila con el que se había chocado le cogió la mano para que no se cayera, y sin darle más importancia, los dos se pusieron a escuchar. A Katia le sorprendió que no le dijese nada, a lo mejor estaba acostumbrado a escuchar detrás de las puertas con más gente. La chica sonrió sin poder evitarlo. Y después puso toda su atención en lo que pasaba dentro del cuarto.

Apartamento 2ºB – Cuarto de Robbie (de madrugada).
July pasó dentro algo incómoda y vio como su amigo se sentaba en la cama y la miraba. No la miraba de ninguna forma especial. Simplemente la miraba. July fue paseando disimuladamente los ojos por el torso desnudo de Robbie sin poder evitarlo. Y conforme más miraba más recordaba aquella noche. Y más nerviosa se ponía.

-          Bueno – Robbie la sacó de sus pervertidos pensamientos –, no es que me moleste que estés aquí (para nada), pero seguro que has venido por algo.
-          Ah, sí – July se puso roja -. Creo… creoqueantesmehepasadocontigo – dijo en voz bajita.
-          ¿Qué? – dijo Robbie divertido.
-          Ya lo has oido.
-          La verdad es que no he entendido nada.
-          Que creo que antes me he pasado contigo – July sonreía también. Observó la sonrisa perfecta de Robbie. Era muy guapo. Y su corazón en ese momento iba a mil, cuando seguro que el de él iba como la seda. Mierda, le gustaba mucho.
-          ¿Y eso es todo?
-          ¿Cómo? – preguntó July, confusa.
-          ¿No vas a hacer nada para compensarme? – dijo Robbie, traviesamente.
-          Date una ducha de agua fría – le respondió July con una carcajada y dándose la vuelta para marcharse.

Pero entonces, Robbie se levantó y tiró de su mano con firmeza, atrayéndola hacia él. El corazón de July dio un vuelco cuando lo notó, y por un momento no supo qué estaba pasando. Hasta que se dio cuenta de que estaba entre los brazos del rubio y que él la estrechaba con fuerza. ¿Un abrazo?

Apartamento 2ºB – Pasillo (de madrugada).
-          ¿Y ahora que coño pasa, por qué no se escucha nada? – preguntó Katia susurrando.
-          No tengo ni idea – le respondió Suzu de la misma forma.
-          ¿Crees que se estarán…? – Katia paró hablar un momento.

Alzó la vista hacia el chico, que… como decirlo… estaba mirando donde no debía. Entonces fue cuando ella cayó en la cuenta de que seguía con la toalla de la ducha. Enrojeció violentamente y se fue corriendo al cuarto de July, cerrando luego con pestillo, para cambiarse.

Todavía en el pasillo, Suzu se facepalmeaba. ¿Cómo había podido mirar a una cría de quince años? Joder, por muy guapa que fuera. Se sentía extremadamente pederasta. Y encima ella se había asustado. Vaya una primera impresión se habría llevado. Pero es que mira que salir con la toallita tan alegremente… Nada, era culpa suya. Bueno, ya que estaba allí escucharía. ‘’Soy una maruja’’, pensaba.

Apartamento 2ºB – Cuarto de Robbie (de madrugada).
El corazón de July iba a mil por hora. Robbie le acariciaba la espalda sin soltarla ni un momento, ni podía verle la cara. Ella cerró los ojos un momento y se apoyó en su pecho correspondiendo al abrazo a medias. La piel de su pecho tenía esa magia, ese olor tan característico. Conforme iban pasando los segundos, más a gusto de encontraba, olía tan bien. Y tenía ese calorcillo tan agradable. No podía controlar su mente. Pasaban tantas cosas por ella. Y agradeció al cielo que el chico entonces no llevara camiseta.

-          Oye, pitufa, no te enfades más conmigo, ¿de acuerdo?
-          Está bien.

Entonces él la soltó y a July le invadió una pequeña sensación de frío. Un escalofrío recorrió su espalda de arriba abajo y sonrió tontamente, igual que él. Después se dio la vuelta para marcharse, exactamente igual que hacía unos segundos. Mientras lo hacía deseó mentalmente y con todas sus fuerzas que la parase otra vez, pero no pasó nada. Nada. Llegó a la puerta con el corazón a mil. Antes de abrir se escuchó como si alguien que hubiera estado en la puerta corriera a su cuarto al ir a salir ella, pero no le dio importancia, en ese momento estaba en una nube.

-          Buenas noches – le dijo a Robbie sonriendo.
-          Que duermas bien – respondió de igual forma el chico, sentándose en la cama.

July abrió la puerta y justo se cerraba la de Suzu. No le dio importancia de nuevo, y fue a su cuarto, tenía que hablar con Katia. Porque no sabía lo que acababa de pasar, pero se había dado cuenta de algo mucho más fuerte. Robbie la hacía sentir algo. Algo que hacía mucho tiempo que no sentía. Benditas Mariposas.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Malicia En El País De Las Pesadillas


   Observé la perdida mirada del pobre animal. Allí colgado, la sangre resbalaba desde distintos cortes presentes en todo el cuerpo hasta llegar a la cabeza. Entonces caía formando un charco escarlata que hacía espejo en el suelo. Era realmente hermoso. El desdichado gato, en realidad, no tenía la culpa de estar allí. No se merecía que lo hubiera asesinado de aquella forma. Pero no había podido resistirme, era demasiado tentador. Ese maldito saco de grasa llevaba conmigo desde que era pequeña. Todos lo veían como una gato precioso y manso y decían – Mira, que mono es Milkins -. Los odiaba a todos y había matado al gato con el cuchillo solo para desahogarme. Pero ahora tenía un problema.

   Los pasos de mi madre se acercaban, retumbando por toda la casa. Decía mi nombre una y otra vez. Pero no estaba dispuesta a ir. Estaba harta de que me vistiera como una menina o un merengue de comunión. Además no tenía ganas de verla llorar, ya la había herido esa misma mañana y no quería pasarme. Porque aquella bruja quería más a Milkins que a mi, siempre le prestaba más atención. Casi me planteé cometer el segundo asesinato en un día

   Pero reaccioné a tiempo saltando por la ventana. Caí al césped, ligeramente descolorido al reflejarse en el cielo nublado de ese día. Me quedé quieta un momento y desde allí pude escuchar los gritos ahogados de mi madre al ver al pobre y viejo gatito colgado boca a bajo de la cola y abierto por diversas partes. Sonreía al imaginarme la escena, ella gritando y todos los criados yendo a ver qué le pasaba. Enseguida sabría que había sido yo.

   Corrí hacia el bosque de al lado de la finca. No había casi espacio casi entre árbol y árbol y me reía sonoramente al pensar en el pobre y viejo gatito. El vestido pijo de mi madre se enredaba en las ramas y se rompía. Iba dejando tras de mí diversos retales de colores por el suelo. Pasé por medio de un inmenso rosal de varios metros de altura. Me corté brazos y piernas, enredé mi pelo y rompí las medias, todo a conciencia. En el corazón del inmenso rosal encontré, no sin sorpresa un agujero en el suelo.

   Me arrodillé ante el boquete y miré hacia abajo. En frente mía, de entre las rosas emergió un animal un tanto curioso. Era un conejo blanco con un chaleco y un reloj. Solo que el reloj estaba parado. El animal portaba un parche en un ojo y el otro era rojo por completo. Ni blanco ni negro, rojo. Tenía una oreja rota. Se acercó a mí lentamente en su baile silencioso. Danzó por mí alrededor sin que yo le quitase la mirada de encima. Se detuvo detrás de mí y me empujó.

   No fui consciente de lo que acababa de pasar hasta que me encontré cayendo en picado por el inmenso agujero que ahora parecía no tener fondo. El bailar del conejo me había hipnotizado. Al fin llegué al suelo. Era hierba mojada y gris. El cielo era rojo, del mismo color que la sangre del pobre y viejo gatito. No había ni sol ni luna, solo rojo. Un color realmente hipnotizante, según mi punto de vista. Me levanté y me observé. El vestido destrozado, ya no era rosa. Tenía colores en distintos tipos de negros y grises. Aquello estaba mejor.

   Miré a mi al rededor, buscando al conejo condenado que se había atrevido a tirarme desde el agujero. A mi espalda, aparecidos como un espíritu había dos mellizos cogidos de la mano. Me miraban y los ojos les ardían literalmente, eran de fuego. El chico tenía un atuendo como los de mi hermano pero, destrozado y manchado de lo que parecía ser algo negro y pegajoso como el alquitrán. La chica tenía una falda pomposa hasta las rodillas y un corsé negro. No parecían tener más de cinco años y aun así la mirada que te echaban le habría puesto los pelos de punta a cualquiera, menos a mí claro.

-          ¿Dónde estoy? – pregunté levantándome.
-          Creo que es ella – dijo la chica.
-          Claramente lo es – dijo el chico.
-          Aunque también podría no serlo, claro está.
-          Tienes razón pero si no lo fuera, el conejo no la habría tirado.
-          Cierto, pero el conejo también puede equivocarse.
-          Cierto, mejor se la llevamos a él.
-          Sí, claramente eso será lo mejor.

   Dicho esto, los dos mellizos se dieron la vuelta y comenzaron a andar. Comencé a seguirlos, adentrándome cada vez más en el espeso bosque. A mi al rededor todo tipo de plantas exóticas y muertas, animalillos que se asomaban y luego escondían ante mi fría mirada. Los hermanos entonaban una canción. Algo siniestra pero indudablemente atrayente. Cada vez se alejaban más de mí. Intenté ir tras ellos, pero desaparecieron entre los caminos sinuosos y confusos que el tiempo había estropeado.

   Tarareando la canción, seguí avanzando por otro camino distinto. Observé cada tramo, cada palmo, cada diminuto detalle de aquel extraño país, que tanto encajaba con mi personalidad. Como si lo hubiesen creado para mi exclusivo uso. Pero el caso es que no recordaba haber estado allí nunca. Da igual, era bello.

   Delante de mi mirada comenzó a crearse una azulada niebla que se movía ligeramente indicando el poco viento que había. De la niebla, cada vez más densa, se formó un cuerpo peludo y brillante. Cuando terminó de formarse, de espaldas puede ver que era un gato. Se dio la vuelta y vi la extraña cara que portaba. Carecía de ojos. Toda su cara estaba portada por una sonrisa de oreja a oreja. Retrocedí un paso con desconfianza.

   Parecía un fallo, un experimento de una naturaleza juguetona y caprichosa, que no era la misma que la de mi mundo. Pero no parecía que fuera a hacerme daño, solo sonreía, a mi alrededor. Una vuelta y otra y otra. Hasta que al final habló.

-          Vaya, si parece que una niña se ha perdido.
-          Yo no me he perdido – dije con mirada desafiante -. Solo que no sé donde estoy.
-          Vaya, no te has perdido pero tampoco sabes donde estas.
-          Exacto – me crucé de brazos impacientemente.
-          Pues, pequeña podías haber apuntado mejor. Pues te aseguró que este sitio es el menos apropiado para una niña. OH, dios, pobre alma abandonada a su suerte – dio una vuelta en el aire sin dejar de sonreír -. Sin ninguna protección más que su cuerpo frágil como una mariposa de esas tan poco comunes que se ven una vez en la vida.
-          No necesito protección, tú no me conoces gato.
-          Ni siquiera la ayuda de alguien que conozca el lugar… - dijo el gato ignorándome.
-          Aún no he visto a  nadie de utilidad.
-          ¿Cómo? ¿No te han presentado al sombrerero?

   Me encogí de hombros.

-          Pues entonces tendré que hacerlo yo.

   Emprendió su danza por el aire como si de simple humo se tratara. Le observé y no pude evitar pensar en el pobre y viejo gatito. Sonreí. Si ese gato supiera lo que le hice a Milkins no se andaría con tato vacile. Pero dejé que por ahora pensara que era una niña normal. Le seguí dando pequeños saltitos para no quedarme atrás. El camino se ensanchaba cada vez más.

   Llegamos a un llano que había en mitad del bosque. Había colocada una mesa mal puesta y desordenada. Allí un par de animales se tiraban cosas a la cabeza, realmente estaban locos. Pero yo misma estaba loca así que, que más me daba. Me acerqué más y vi un chico sentado al final de la mesa, presidiéndola. Llevaba un sombrero lleno de pañuelos y una flor gris yacía muerta en lo alto del gorro, que le tapaba la cara.

-          Vaya Sechire, cuanto tiempo que no te veía. – dijo el chico sonriendo bajo su gorro.
-          Sombrerero, traigo a una niña que se ha perdido.
-          ¿Una niña? – el sombrerero me miró.

   Vi en sus ojos una mirada curiosa pero también dolida. Los fantasmas del pasado hacían que pareciera que una fina capa de recuerdos verdes cubrieran unos ojos que, seguro, antaño había sido más alegres. Morados quizás. Se levantó y vino en mi dirección. Se paró a tres pasos de mí. Y me habló con una voz mucho más suave y melódica que la que le había dirigido al gato Sechire.

-          Tu cara me suena, pequeña mariposa.
-          No soy una mariposa.
-          ¿Y como lo sabes?
-          No tengo alas – dije.
-          Una mariposa sin alas, que triste – dijo mirando al suelo.
-          Yo solo quiero saber dónde estoy.
-          Estás en El País de la Pesadillas.
-          ¿entonces esto es solo un sueño?
-          Nadie ha dicho eso.
-          Que yo sepa las pesadillas son sueños.
-          Solo en la mayoría de los casos – dijo el sombrero y me miró enigmáticamente.
-          ¿Y como pudo salir de aquí?
-          ¿En serio quieres salir?

   Me lo pensé un momento. ¿Realmente quería salir? Volver a mi mundo otra vez. No. No quería volver a ser ignorada por mi madre, que seguro que estaba muy enfadada por lo que había hecho al pobre y viejo gatito. Además desde que había llegado allí, todo me había parecido extrañamente fascinante y atrayente. Ese mundo o país o lo que quiera que fuese, estaba hecho a mi medida. Y era mi casa ahora.

-          Por cierto, niña, ¿cómo te llamas?- dijo el sombrerero.
-          Malicia – sonreí perversamente – me llamo Malicia – y empecé a reírme sin saber por qué.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Entrenados para Matar Capitulo 5


Baako estaba en un gran almacén con todos los demás que iban a la misión. Al final solo iban a quedarse Andy, Wendy y Akane, aunque ella no entendía por qué. Le hubiera gustado que ellos también vieran dónde se encontraban ahora. Era una gran explanada con techo y con multitud de aviones, avionetas, helicópteros y demás medios de transporte. Los habían vestidos a todos como adolescentes normales, de hecho les habían dejado elegir el vestuario. Baako estaba que se salía de emoción y se removía en sus shorts de cuero marrón, que había combinado con una camiseta ceñida negra con un garabato y con unas botas de cordones. Observó a los otros. También estaban nerviosos, hablaban por los codos e incluso algunos se mordían las uñas. Menos Darío, claro. Ese chico nunca se emocionaba por nada, Baako frunció el ceño. No le daba buena espina, nunca se la había dado.

De repente empezó a sonar un ruido atronador del techo, y Baako dio un respingo a la vez que se llevaba las manos instintivamente a la cabeza. Los demás pararon de hablar y miraron arriba también. El techo era móvil, se estaba replegando. Conforme más se abría, más luz del exterior entraba, por un momento se cegó completamente, pero en seguida volvió a abrir los ojos, pues no quería perderse eso por nada del mundo. Poco a poco se fue dejando ver un prado enorme por el gran portalón. Un prado, verde. Así allí era donde estaba la base. Y todos esos años sin haberlo visto.

-          ¡Chicos, atención! – el jefe se había puesto en frente de los chicos para que le prestarán atención -. Ahora vais a subiros en el avión que os indique, os vais a sentar con los cinturones puestos y vais a esperar a que conectemos el chip del programa.

Baako se estremeció, cuando dijo eso último. La verdad es que se ponía a temblar cada vez que decían de conectar el programa para hacer alguna prueba o algo así. Era doloroso. Pero solo al encenderlo, después te acostumbrabas, aunque no le apeteciera nada pasar dolor justo en ese momento. La chica echó a andar hacia donde les indicaba el jefe. Echó su mochila en la parte de atrás del avión y empezó a subir las escaleras detrás de Alex. Cuando estuvo de pie dentro del avión supo que no había vuelta a tras y sonrió.

                                                                *          *          *
Un resplandor intenso nubló su vista durante unos instantes, resplandor, que iba acompañado de un dolor de quemadura en las palmas de dedos y pies. Nota la cabeza como si le estuvieran dando con un bate, pero si cerrabas los ojos y apretabas los dientes, no tardaba tanto en pasarse. Luego sentía un cosquilleo por toda la piel y se iban pasando los demás efectos. Entonces ya podías abrir los ojos, pero solo veías una luz blanca. Poco a poco, la luz se iba difuminando y entrabas en una especie de estado de nirvana hasta que la luz se iba por completo.

Entonces era cuando abrías los ojos de verdad. Y entonces era cuando lo veías todo. Veías cada pequeño detalle, por imperceptible que fuese. Eras capas de sumar multiplicar, dividir y resolver una ecuación en tan solo un segundo. Tu mente iba tres veces más rápido de lo normal, y eso se notaba. Podías percibir incluso las señales de calor. Era como llevar unas gafas, sabes que no eres tú la que está viendo todo eso, como si no debieras verlo.

-          Chicos, ¿vais bien? – preguntó el jefe.

Los chicos lentamente asintieron con la cabeza, algunos todavía en el estado de nirvana, sin darse cuenta de que incluso ya sobrevolaban la tierra.

-          Bueno, sabéis que se pasa rápido – tosió una vez, y luego, cuando todos le prestaban atención, prosiguió -. Aterrizaremos en un descampado. En el avión llevamos cuatro motos. Os subiréis en ellas e iréis a la dirección que os hemos implantado en el programa. Es una fiesta de adolescentes así que intentad disimular, ¿de acuerdo?
-          Pero si somos adolescentes – replicó Osman.
-          Ya, pero no sois normales – dijo el jefe con una carcajada.

Cuando el avión aterrizó, Baako no tardó en quitarse el cinturón e ir corriendo hacia la otra sala del avión. Donde descansaban cuatro motos, una era verde, otra negra y las otras dos eran azules y rosas. Una compuerta empezó a abrirse dejando salir una rampa para que bajaran. La chica se subió en la moto verde y puso el dedo en el lector de huellas. Al instante un repertorio de lucecitas se encendió y se escuchó el ruido del motor al encenderse, la sonrisa de Baako se ensanchó un poco más. Notó como Narel se subía en la parte de atrás y escuchó que el jefe estaba dando las últimas explicaciones. Y sin que hubiera parado de hablar, su amiga le susurró al oído:

-          ¿A qué estás esperando?

 Baako miró hacia atrás y vio que todos sus compañeros estaban ya en sus posiciones. Adri manejaba la moto rosa, con Osman detrás, Alex y Anastasia iban en la azul y Darío iba solo en la suya. La chica negra volvió la vista hacia el frente otra vez y sin ponerse el casco pisó a fondo el acelerador. La moto empezó a correr que se las pelaba, omitiendo la voz del jefe, que ya sonaba en la distancia. Lo que más le había gustado siempre de los entrenamientos eran las partes de conducir, y no había ni que hablar de lo que sentía cuando iba pasando bajo los árboles a esa velocidad. Pero cuando se sintió verdaderamente alucinante fue cuando llegaron a la carretera. No puso evitar lanzar un grito de eufórica acompañado por las carcajadas de Narel, las protestas de Darío y la adrenalina de todos los chicos.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Entrenados Para Matar Capitulo 4



-          La misión es solo de nivel uno, no queríamos muchos problemas para vuestro primer encargo -. Hablaba el jefe, en la sala de reuniones, mientras escribía en la pizarra todo lo que decía -. Consiste en ir a un campus de universidad y localizar a Thomas Brown y a Taylor Allen. Estos dos individuos son hackers de alto prestigio y están trabajando para una empresa ilegal extranjera, extrayendo datos de la base de información del gobierno. Toda esa información la tienen guardada en algún punto de su habitación, tengo entendido que en una caja fuerte. El objetivo es conseguirla.
-          Solo una pregunta, - dijo Osman - ¿para qué necesita a dos chicas solo?
-          No lo has entendido Osman – habló Baako - ¿crees que alguno de esos chicos te metería en su cuarto? Y no, no podrías ir tu con una mini falda,  - cortó al chico cuando iba a volver a hablar – porque esos chicos tienen matones del equipo de fútbol para que les cubran ¿me equivoco? – miró al jefe, que negó con la cabeza -. Como en las pelis americanas. Y eso es todo.
-          ¿Y para esta mierda se la liado la gorda? – dijo Darío que estaba repantingado en una de las sillas con el pijama puesto, como todos los demás.

En realidad, la única que había sabido la hora de la convocatoria había sido Anastasia, con Adri de la mano. A los demás les había cogido por sorpresa completamente.

-          Y ahora, la pregunta – el jefe se puso justo en frente de los chicos, con una sonrisa que hizo que se le torcieran las gafas - ¿Algún voluntario para acompañar a las chicas a la misión?

Durante la primera milésima de segundo, solo se escuchó el silencio y el zumbido de todas las neuronas adolescentes procesando aquella información. Y mientras Adri se levantaba y se ponía a abrazar a cualquiera, Osman se caía de la impresión, o Baako reía a carcajadas, Darío permanecía sentado en su silla, mirándose las uñas como si nada. Narel se le quedó mirando y después se acercó a hablar con él. Ella misma también estaba muy emocionada por lo que acababa de decir el jefe, como casi todos allí.

-          Eh, ¿no te sorprende? – le dijo Narel a Darío.
-          No le cojas el gustillo a eso de hablarme, por favor – respondió el chico sin mirarla.
-          Oye, cuando alguien te dirige la palabra lo mínimo es devolverle la vista.

Entonces Darío levantó la cabeza y clavó los ojos en ella. Al segundo Narel deseó no haberle dicho nada, pues su sola mirada intimidaba mucho. Pero luego pensó que era una tontería y que esa fachada borde no significaba nada. Solo lo tonto que era el chaval.

-          ¿Qué quieres? – le preguntó Darío.
-          Saber si vas a venir.
-          Pues claro – El chico volvió a mirarse las uñas.
-          No pareces muy emocionado.
-          Porque no lo estoy – Darío se puso de pie y se dirigió a la puerta, parándose en el umbral – Era demasiado predecible que el jefe al final os diera permiso, así que no, no estoy sorprendido, ni doy gracias a la vida – y dicho esto, desapareció, dejando a una Narel confundida en medio de un caos de felicidad por parte de los demás.

                                                            *          *          *
Andy estaba en la puerta del salón, apoyado en silencio en el marco. Echaba miradas furtivas dentro, cuando sabía que la única persona repantingada en el sillón no miraba. Se moriría si alguien le viera allí. Aunque seguramente todos sabían ya que sentía una sensación extraña por ella. Ella. Siempre tan fuerte, siempre tan satisfecha. ¿Por qué no le salía nada mal nunca? Era la que más se esforzaba allí y todos lo sabían. Supuestamente eran todos igual de rápidos, igual de inteligentes e igual de invisibles en combate. Los habían hecho a todos iguales, como los moldes que se usan para las galletas. Igualmente, Andy creía que había algo que les había salido mal, porque la personalidad de cada uno era suya propia, y eso nadie podría cambiarlo.

Y ella tenía una personalidad deslumbrante. No era demasiado bromista, ni demasiado callada, era perfecta. Perfecta. Demasiado buena para él. Demasiado buena para ni siquiera poder hablar con ella sin ponerse rojo o tartamudear. Y es que cada vez que le hablaba a él le iluminaba con su potente sonrisa y con sus preciosos ojos verdes. No podía con eso. No podía con  ella. Aunque al mismo tiempo deseaba tenerla.

Un ruido hace que Andy se alerte y salga de sus ensoñaciones. Rápido como el rayo, se esconde en la pequeña habitación que hay a su lado y mira por una rendija que deja antes de cerrar la puerta. Akane anda con decisión cuando sale del salón con su libro de astrología sujeto en la mano derecha. A Andy se le acelera el corazón y se sonroja sin razón. Desea enredar los dedos en su pelo negro azabache y dejarse llevar. Pero se queda con un vacío cuando deja de poder verla por la rendija. Abre la puerta con el pie y se sienta en suelo, apoyándose en la pared y tapándose la cara con las manos. No sabía como podía provocar eso en él, pero no era el momento de preguntárselo. Era la hora de salir de allí y decidir si iba salir al exterior por primera vez o no. Andy se levantó y se marchó sin cerrar la puerta y de buen humor.