Billy Harper tenía tatuada la cara de la muerte en el dorso de la mano
izquierda: una calavera sonriente grabada en la correosa piel. Aquella era la
mano que empleaba para matar, o eso decía él, y fuera cierto o fuera falso,
aquella mano colmaba de miedo los corazones de los más jóvenes en la tripulación
del Lion, y hasta el más pintado prefería evitarla.
Harper no tenía un aspecto especialmente temible: contaba apenas dieciséis
años de edad, no era muy alto ni muy fornido y no había en su figura nada que,
visto desde cierta distancia, pudiese inspirar temor. Sin embargo, la mirada
lobuna y penetrante de los ojos, que pocos podían mantener, hacía que hasta
quienes le doblaban en edad se cuidaran de acercársele demasiado. Hay sujetos
de los que emana un aroma de peligro que los sabios conocen y evitan y los
necios persiguen embobados; tal era el aroma de Billy Harper.
A pesar de su corta edad, era un gran bebedor y tenía un carácter
impredecible, tan variable como el golfo de Vizcaya, e igual de tormentoso. En
un abrir y cerrar de ojos, podía pasar de reírse y bromear a arremeter contra
el infeliz que tuviera la desgracia de estar más cerca.
La poca sensibilidad que poseía se la reservaba, por lo visto, a Brea,
el negrísimo gato del barco. Extrañaba ver a un joven como él, tan lleno de
furia y sombra, con el gato en el regazo, prodigándole de caricias y alimentándolo
con parte de su propia ración de comida. El animal por su parte, le destinaba a
Harper la misma fidelidad y, sin dejar de maullar y ronronear, le seguía los
pasos allí donde fuera.
Cuentos de Terror del Barco Negro, Chris Priestley, BREA
No hay comentarios:
Publicar un comentario