CAPITULO 2:
Después de que termine oficialmente la ceremonia me llevan a una sala en
un edificio en el que no había estado nunca antes. Me encierran en una
habitación y observo la estancia. Sillones lujosos de terciopelo rojo
brillante, una única ventana con barrotes con marco tallado en una especie de
imitación de oro… Todo muy fashion. Levo un rato esperando, pero no me
preocupa, porque sé muy bien donde estoy. Esta es la sala donde las víctimas de
los juegos esperan a que sus familiares acudan a despedirse. No es la primera
vez que caigo en que no tengo seres queridos desde hace casi una década, desde
el ‘’accidente’’. Pero ahora no me apetecía pensar en eso.
A lo largo de la media hora que dejan para abrazos y lloriqueos solo
aparece la directora del orfanato para darme un discurso nada apetecible sobre
lo inolvidable que sería si yo ganara los juegos. No le presto mucha atención,
y ella se da cuenta, pero a pesar de todo eso, sigue hablando. Apostaría mis
dos pies a que solo ha venido porque la alcaldesa le ha dicho que le dará buena
reputación. Además no se queda callada para evitar el silencio. Tampoco me mira
a la cara, a pesar de que a veces tengo la dignidad de dirigirle mis ojos, sin
una pizca de miedo.
Se va y casi al segundo unos guardias me llevan hasta el tren. Nunca he
visto uno, pero creo que son guardianes de la Paz, intento no mirarlos mucho.
Al entrar en el vagón me quedo de piedra. Por que ese vagón insignificante es
mucho más que la habitación de antes, pero seguro que tampoco es nada comparada
con el resto del Capitolio. Aprieto los dientes con rabia y recorro el tren
explorando hasta la cocina y mi dormitorio. Mi dormitorio. Entro y abro el
armario. Creo que todo lo que hay es lo más horrible que he visto nunca. Toda
la ropa es igual que la llevaba Thomas en la cosecha.
Vuelvo al vagón comedor y encuentro a Zaisel, la única persona viva de nuestro distrito que ha ganado los
juegos. Antes había otra mujer, pero en la arena enfermó de los pulmones y a
los poco años murió. Zaisel, mirando por la ventana con gesto cansado, mira la
televisión desde la mesa. Parece mucho mayor de lo que en realidad es. ¿Cuánto
podría tener? ¿Treinta años? Seguro que no muchos más.
-
Siéntate – me señala la pulcra mesa – Thomas y Zatch llegarán en seguida.
Zatch. Así que así se llama el chico de ojos castaños. La verdad es que
le pegaba más otro nombre, algo más moderno. Aunque para nombres antiguos el
mío, Iron. Significa acero o metal. Siempre he pensado que me viene como anillo
al dedo y, aunque sé que no es nombre de chica eso solo hace que me guste más.
En ese instante las dos figuras que esperamos aparecen en el vagón y se sientan
a la mesa.
Me dispongo a sacar un buen tema de conversación cuando unas personas
extrañamente vestidas nos sirven la comida. Hay al menos cinco platos por
cabeza y todos ellos tienen una pinta que atraen. Creo que por muy privilegiado
que pueda ser Zatch en nuestro distrito, ninguno de los dos hemos visto tanta
comida junta, así que nos lanzamos como chacales. Mientras, Thomas habla mucho,
todo sobre sí mismo, creo que quiere que lo sepamos todo de él. Incluso una vez
hace un comentario sobre nosotros, para referirse a nuestros toscos modales,
pero pasamos de él.
Cuando creo que ya no puedo comer más me recuesto en la silla y suspiro,
al igual que mi otro tributo. Ese es el momento que Thomas elige para ponerse a
hablar de los juegos y de las tácticas que van a usar con nosotros. Pero no
puedo estar muy atenta, porque de repente me empieza a doler la barriga, y cada
vez más. Me levanto de golpe con la primera arcada y tiro la silla al suelo,
pero ahora esa no es la prioridad. Voy sprintando a mi cuarto y me meto en el
baño. Me precipito a la taza y me dejo llevar.
¿Cuánto habré echado? ¿Es posible que lo haya vomitado todo? ¿Qué le
habrán puesto a la comida? No, seguro que no le han puesto nada. Ellos no
quieren matarme, todavía. Seguramente se deba a mi poca costumbre de comer
tanto a la vez. Pero estoy segura de una cosa, no vuelvo a con tanto ímpetu
nunca más. El caso es que ahora estoy tirada en el suelo del baño después de
haberme limpiado la boca con entusiasmo y no me quedan fuerzas para moverme.
Permanezco allí sentada y entonces veo como alguien entra en mi cuarto. No le
paso desapercibida a Zatch, pero él tampoco tiene buena cara.
-
¿Tú también has devuelto? – le digo, a lo que asiente con un
gesto de cabeza.
-
Es difícil no hacerlo – se sienta en la cama y pone una
mueca de cansancio – Oye, ¿Qué piensas tú de todo esto? De los juegos y de que
te hayan elegido.
-
Lo que yo pienso es que es una putada – le digo amarrándome
a la taza del vater para erguirme un poco, pero en seguida me dan más arcadas y
tengo que volver a echarme -. No me han elegido, me he presentado voluntaria, y
si te digo la verdad no se por qué lo he hecho. El caso es que ya es tarde, y
ahora que estoy a qui voy a intentar buscar el punto débil del Capitolio y a
meter el dedo en la llaga. ¿Tú tienes miedo?
-
No voy a negarlo – dice él cerrando los ojos – estoy completamente
cagado. No sé usar un arma y cada año rezo para que no me elijan, y a pesar de
que mi padre me prohíbe coger teselas todos los años, ha pasado. Y sé que no
tengo ninguna posibilidad de ganar.
-
Podrías escapar – digo en un susurro bastante audible.
-
¿Escapar, qué dices?
-
No es verdad, es una
idea estúpida – nos quedamos un momento en silencio -. Vete a tu cuarto, hay
que descansar, mañana llegamos al Capitolio y va a ser agotador.
Él asiente con la cabeza y se va cerrando la puerta. Me pongo de pie y
me quito los pantalones, los pendientes y el sujetador y con lo que me queda me
voy a dormir. Apago la luz y cierro los ojos. Pero no se va de mi cabeza la
idea de escapar, de burlar al Capitolio. Así comienzo a imaginar en mi cabeza
un plan fantástico. Pero claro, solo son fantasías, por ahora.
Llevo un apenas unos minutos aquí y ya quiero irme. Me desperté hace
poco, me asomé al comedor y vi que no había nadie. Iba tan tranquila por los
pasillos cuando una sombra histérica me secuestró, y me llevó a un sitio
maligno. Vale, estoy exagerando, pero de verdad que es uy horrible depilarse. Y
más si se trata de una estilista perfeccionista de cojones. Y además odio tener
que quedarme desnuda aquí sin hacer nada más que ser observada. Menos que no
hay ningún hombre porque si no sería peor.
Sí, ya he tenido la oportunidad de conocer a mi estilista. Se llama
Palmine. Lleva el pelo afro y verde, a juego con su ropa. La cara pintada como
si fuera una muñequita de esas japonesas antiguas y muchos anillos y pulseras.
Y no es nada amable. Está todo el tiempo haciendo comentarios nada apropiados
sobre lo sucio o primitivo que es mi distrito. Y yo me estoy conteniendo para no soltarle una leche. Pero
es difícil. Ahora me lleva a otra sala y me enseña vestidos horribles uno tras
otro. Y yo los rechazo, uno tras otro.
-
¿Cómo puede ser que no te guste ninguno? – me pregunta
irritada.
-
¿Cómo le va a gustar alguno? Son todo repugnantes – dice una
voz y acto seguido aparece otra chica en la sala. Tiene cierto parecido con
Palmine aunque ella no va atan pintada y lleva el pelo liso normal, solo que
rosa.
-
¡Cállate, esta me toca a mí! – le dice Palmine.
-
Hermanita, es trabajo de las dos, con todos los tributos
haces lo mismo.
-
¿Hermanas? – pregunto yo flipándolo en colores -. No os
parecéis en nada.
-
Ya lo sé – dicen las dos a la vez.
-
Bueno creo que ya se lo que vamos a hacer contigo – me dice
la hermana de Palmine -. ¿Te suena el estilo de princesa del rock?
Casi me caigo al suelo. A partir de ese momento la nueva chica, que he
descubierto que se llama Bobby. Este estilo me confunde más cuanto más me lo
aplican. Por una parte me gusta, por el tema que han elegido, es bastante bueno
y antiguo así que no creo que ningún otro distrito lo use. Además tiene cadenas
y esas cosas que tanto me gustan. Espero que me dejen llevar los piercings. Qué
coño, los llevaré igual. Y no me gusta porque lleva ese toque inevitable del
Capitolio. Esa luminiscencia rara que se enciende en todas estas personas monstruosas
que cambian el color de su piel y se ponen pelucas que le hagan la cabeza más
grande aún de lo que es. De hecho pretendían ponerme una de esas, pero les he dejado
claro que antes me suicido.
Hacemos una pausa para comer y luego empiezan a prepararme en serio. Ya
han decidido como voy a ir así que ya solo tienen que arreglarme a la perfección.
Veo la cara de concentración de las dos hermanas. Po lo que me he enterado en
la conversación de antes, Palmine en dos años mayor pero se quita tantos años
de encima que siempre dice que la mayor es su hermana. Bobby me cae bien, al contrario
que se hermana. Me cuenta que intentó luchar contra el poder del Capitolio pero
que al final tuvo que alterarse algo de su cuerpo, y fue el pelo.
Me dan la vuelta y dejan que me mire al espejo después del maquillaje y
el vestuario. Al principio ni siquiera me reconozco. En la cabeza lleva mi
coleta alta torcida de siempre, solo que me han hecho mechas rosas y negras y
me han puesto un lazo medio roto a propósito. Llevo mis piercing, todos, me los
han dejado. Me han enfundado un vestido que es ceñido hasta la altura de las
costillas y luego se convierte en una falda pomposa rota y con parches de
muchos colores, y varias cadenitas en la falda. Chapas y tachuelas adornan la única
tiranta del vestido, que hace que sea desigual. Guantes de cuadros como un
tablero de ajedrez y media de rayas blancas y rosas. El vestido lleva muchos
colores y negro. Y unos pedazo de zapatos con una plataforma de quince centímetros.
En el maquillaje se han pasado un poco. Me han puesto tanto negro en los
ojos que quedan como si de verdad fuera una cantante modernista. Purpurina alrededor
del negro y unas estrellitas rodeando la purpurina. Loa labios brillantes rosas
claro y el piercing de la nariz ahora es de oro. Creo que definitivamente me
gusta. Me dispongo a decírselo a mis estilistas cuando me arrastran a fuera,
porque dicen que va a empezar el desfile. Cuánto tiempo llevo ahí dentro?
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