CAPITULO 3:
Me sacan del tren a rastras y entro por una puerta trasera de lo que
parece un almacén. Cualquiera que me vea con estas pintas me saca una foto.
Estoy nerviosa. ¿El desfile? ¿Ahora? Joder. Entro en el almacén y descubro allí
a todos los tributos. Me llaman especialmente la atención los chicos del
distrito 12, no van de mineros como todos los años, sino con un traje ceñido y
una capa extraña. Los demás tributos van como todos los años.
Me dirijo hacia mi carro y me encuentro a Zatch. Va vestido con un
esmoquin con las mangas arrancadas y en el pelo una cresta con un flequillo muy
interesante. Lleva el pelo a juego con el mío, lleno de mechas y muñequeras de
rejillas y tableros de ajedrez. También descansa apoyada en el carro una
guitarra eléctrica como las de antes. No parece verme porque está muy ocupado
estudiando los demás distritos y sus trajes. Entonces se gira y se me queda
mirando un rato. Entonces suelta una carcajada.
-
¿De qué te ríes tú? – le pregunto enfada subiéndome al
carro.
-
Pensaba que nadie podría ir más ridículo que yo.
-
Pues a mi me gusta lo que han elegido para nosotros.
-
Al menos tu estilista no es un homosexual que se pasa más
tiempo de la cuenta examinándote el cuerpo – dice con una mueca de trauma a lo
que yo me río.
-
Mis estilistas son dos hermanas bipolares que son como el
Yin y el Yang que una hace el trabajo que deshace lo que la otra hace.
-
¡Zatch! – una voz aguda cruza la sala y cuando me giro veo a
un hombre saludando efusivamente y lanzando besos.
-
El mío -dice Zatch intentando esconderse en el suelo del
carro – es peor.
Me río, pero paro en seguida al llegar las hermanas y decirme que el
desfile empezará de un momento a otro. Zatch vuelve a colocarse en el carro y
yo me pongo a su lado. Las puertas empiezan a abrirse y siento unas mariposas
epilépticas en mi estómago, que rebotan contra las paredes enloquecidas. ¿Por
qué estoy tan nerviosa? Ni que fueran a fijarse en mi o algo. Miro al final del
almacén y me fijo en el distrito 12. Ahora entiendo sus trajes. Parecen
asustados cuando una mujer con una antorcha los prende de las capas y empiezan
a arder. Es increíble. A su lado, los demás parecemos caquitas pinchadas con un
palo. Me giro hacia Zatch y veo que me sonríe para darme ánimos. Me vuelvo al
frente y pongo una mueca sarcástica, mi especialidad. Las mariposas se han
clamado un poco al pensar en que solo se fijarán en los mineros.
Las enormes puertas empiezan a abrirse por fin y se ve un camino lleno
de público hasta nuestro destino. Los primeros que salen son los del distrito 1
y así sucesivamente. Hasta que llega a nosotros. El trotar de los caballos casi
hace caer a Zatch del carro, y me veo obligada a sujetarlo momentáneamente del
brazo. Noto como se tensan sus músculos y después se relajan otra vez cuando se
coloca de nuevo en equilibrio. Me lo agradece con una sonrisa y yo le lanzo una
mirada divertida pero con el mensaje: <<la próxima vez te dejaré
caer>>. Me da un codazo como venganza y yo me río pero estoy otra vez a
punto de resbalar. Ahora él me sujeta y estalla en carcajadas, así que me veo
obligada a devolvérsela.
En una de las veces, estoy a punto de caerme de verdad entre la risa de
los dos y el público estalla en carcajadas. El público, por un segundo me había
olvidado que estaban allí. Zatch parece darse cuenta también, pero también le
da igual, porque sigue riéndose. Entonces caigo en que ya casi hemos terminado
el recorrido. Cuando paramos, Zatch se baja y me ayuda a bajarme. Sospechoso.
Aprovecho la ocasión y le pego una colleja. Salgo corriendo para que me no
pille y me choco contra Zaisel, que nos lleva rápidamente a nuestro piso.
Una vez dentro se pone a gritarnos.
-
¡¿Se puede saber qué leches estabais haciendo?! – se tira de
los pelos.
-
Y parecía que pasaba de todo – digo yo por lo bajo a Zatch,
y los dos nos reímos.
-
¡Se suponía que teníais que parecer serios! – nos grita
Bobby, que acaba de llegar con los otros estilistas.
Los dos nos quedamos con las caras bajas y expresión culpable unos
segundos, mientras nos miran con ojos severos. Observo de reojo a Zatch y veo
que se está esforzando por no reírse. Eso me hace debilitarme en mi defensa,
pues se me escapa un ruido extraño cuando intento contenerme. Entonces me compañero
explota y se pone a reírse a carcajadas, como estoy haciendo yo un segundo
después. Soy consciente de que eso cabrea a Zaisel, pero no puedo evitarlo y
sigo riendo, porque en los juegos del hambre no sabes si reír o llorar y yo he
elegido reír. Mucho.
-
¿Pero qué les pasa a esta gente? – dice Zaisel mientras se
va y se escucha un portazo.
Eso me hace caerme al suelo de la risa y cuando se van
los demás, Zatch sigue mis pasos. Pasado un rato nos vamos calmando.
-
Joder- dice secándose las lágrimas, que han hecho que se nos
corra el maquillaje -. Que mierda es estar aquí.
-
No sé tu, pero yo no pienso perder en la arena – le suelto
sin venir a cuento.
-
¿Estas dispuesta a matar a personas que no te han hecho
nada? – dice tranquilamente, mientras se desabrocha los zapatos.
-
Solo tengo ganas de acabar con los del distrito 1, 2 y 4 –
imito su gesto y me saco las botas.
-
Yo no mataré a nadie, te reirás de mí, pero no puedo – mira
alrededor – y ahora estamos aquí sabiendo que alguno de los dos tendrá que
acabar con el otro y sin alternativa posible.
-
Podríamos hacer una cosa – le digo con una sonrisa de
diablillo – ya que es una de nuestras últimas noches y después no le
importaremos a nadie, podríamos salir a dar una vuelta.
-
¿Salir del edificio? – no parece muy seguro – Habrá
guardianes de la paz en la entrada.
-
Se les puede despistar – me levanto y le ofrezco mi mano,
pero duda un poco – vamos, no te vendrá mal un poco de adrenalina. Además no
nos pueden hacer nada pues somos tributos y no van a buscar otros a estas
alturas, soltarnos sería liberarnos – miro un momento a una enorme ventana que
hace de pared -. Y mira la ciudad, pide a gritos ser explorada.
Me sonríe y acepta mi mano. Nos vamos corriendo aún descalzos al
ascensor y pulso el botón que indica el piso 0. Por debajo están las plantas de
entrenamiento, lo sé porque lo dicen todos los años en la tele. Ahora siento
otra vez las mariposas. Pero son diferentes, estas son de las que te dicen que
no debes tener miedo a lo que te espere fuera, pues cuando saltes el obstáculo
podrás hacer lo que te venga en gana. Te dicen que eres imparable y se cuelan
por tus venas cosquilleándote bajo la piel y obligándote a sonreír sin motivo.
Noto lo nervioso que está Zatch conforme nos acercamos al piso del
vestíbulo. Y entonces llegamos, suena un sonido agudo y las puertas se abren,
dando paso a un lujoso hall con mucha gente, parecen estar celebrando algo.
Claro, los juegos. Agarro del brazo a mi compañero y nos agachamos hasta llegar
a la puerta. Cuando salimos nadie nos ha visto y no nos verán, porque hemos
pasado. Respiro el aire de la ciudad sintiéndome todo lo libre que podría
sentirme teniendo en cuenta mi situación. Y a mi lado, el chico hace lo mismo.
-
¿Y ahora qué? – me dice.
-
Déjate llevar.
Salgo corriendo calle abajo y él me sigue. En nuestro paseo vemos muchas
cosas. Restaurantes para gente de alta costura, o sea, todos los habitantes del
capitolio. Cines. Ferias de comida. Pases de moda en plena plaza. Incluso un
colegio que parece más una discoteca que un centro de estudios, con razón la
media del cociente intelectual de las personas del Capitolio. Todo súper
fabuloso, chillón y brillante, a veces
cegadoramente. Lo vamos comentando todo y nos reímos con cada cosa que no nos
cuadra, como que aquí, hasta los gatos callejeros tienen mechas de purpurina
rosas.
Al final terminamos sentados en un callejón donde hay un sillón
abandonado, que está perfectamente conservado. Miro al cielo y caigo en que no
se ve ni una sola y triste estrella. ¿Cómo puede vivir esta gente sin
estrellas? ¿Sin esos diminutos puntos de luz tan insignificantes en comparación
en esta ciudad de cuento de hadas? Apenas puede distinguirse la luna entre
tanta valla publicitaria iluminada y entre tanto cartel chorra. Y por un
segundo de confusión, siento lástima de esta gente. Nunca vivirán la sensación
de tumbarte en el campo una noche silenciosa a mirar el firmamento y con el
olor a hierba descuidada rozándote la cara de vez en cuando. Ellos tendrán todo
el lujo que quieran, pero van a vivir siempre con el problema de no darse
cuenta de lo poco que importa eso.
-
Deberíamos volver ya – me dice Zatch, acariciándose los pies
descalzos – tendríamos que dormir un poco.
Me gustaría decirle que aunque quisiera, no podría dormir. No podría en
un momento así. No sé por qué este momento es tan especial, pero a mi me lo
parece. Sin embargo asiento con la cabeza sin más y empezamos el camino de
vuelta al hotel. Todo en silencio. Algo me dice que él también se ha dado
cuenta de lo poco que es este sitio en realidad.
Llegamos a la puerta y nos colamos tan fácilmente como antes, pues
siguen todavía festejando. Veo como algunos beben un licor extraño y después
van al baño como yo después de comerme aquel estofado. Son tan poco conscientes
de lo que tienen, que encima lo desperdician vomitando cuando están llenos para
poder comer otra vez. Es tan horrible que acelero la marcha hacia el ascensor.
Una vez dentro, vuelvo a pulsar el botón y subimos sin hablar. Llegamos a la
planta y me dirijo ami cuarto, que está al lado del suyo.
-
Hasta mañana – digo mientras abro mi cuarto y lo veo sonreír
ligeramente.
-
Gracias – dice un segundo antes de que pueda cerrar.
Me lanzo a la cama y pienso en todo lo que ha pasado hoy. Sé que no
debería hacerme amiga de Zatch. Sé que no debería vacilar a Zaisel. Sé que no
debería jugar en el desfile. Sé que no debería escaparme a las calles. Pero me
da igual, porque tengo sueño. Me meto en la cama sin culpa y con hambre y no
duermo. No puedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario