domingo, 10 de junio de 2012

Los Juegos Del Hambre FanFic 3


CAPITULO 3:

Me sacan del tren a rastras y entro por una puerta trasera de lo que parece un almacén. Cualquiera que me vea con estas pintas me saca una foto. Estoy nerviosa. ¿El desfile? ¿Ahora? Joder. Entro en el almacén y descubro allí a todos los tributos. Me llaman especialmente la atención los chicos del distrito 12, no van de mineros como todos los años, sino con un traje ceñido y una capa extraña. Los demás tributos van como todos los años.

Me dirijo hacia mi carro y me encuentro a Zatch. Va vestido con un esmoquin con las mangas arrancadas y en el pelo una cresta con un flequillo muy interesante. Lleva el pelo a juego con el mío, lleno de mechas y muñequeras de rejillas y tableros de ajedrez. También descansa apoyada en el carro una guitarra eléctrica como las de antes. No parece verme porque está muy ocupado estudiando los demás distritos y sus trajes. Entonces se gira y se me queda mirando un rato. Entonces suelta una carcajada.

-          ¿De qué te ríes tú? – le pregunto enfada subiéndome al carro.
-          Pensaba que nadie podría ir más ridículo que yo.
-          Pues a mi me gusta lo que han elegido para nosotros.
-          Al menos tu estilista no es un homosexual que se pasa más tiempo de la cuenta examinándote el cuerpo – dice con una mueca de trauma a lo que yo me río.
-          Mis estilistas son dos hermanas bipolares que son como el Yin y el Yang que una hace el trabajo que deshace lo que la otra hace.
-          ¡Zatch! – una voz aguda cruza la sala y cuando me giro veo a un hombre saludando efusivamente y lanzando besos.
-          El mío -dice Zatch intentando esconderse en el suelo del carro – es peor.

Me río, pero paro en seguida al llegar las hermanas y decirme que el desfile empezará de un momento a otro. Zatch vuelve a colocarse en el carro y yo me pongo a su lado. Las puertas empiezan a abrirse y siento unas mariposas epilépticas en mi estómago, que rebotan contra las paredes enloquecidas. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Ni que fueran a fijarse en mi o algo. Miro al final del almacén y me fijo en el distrito 12. Ahora entiendo sus trajes. Parecen asustados cuando una mujer con una antorcha los prende de las capas y empiezan a arder. Es increíble. A su lado, los demás parecemos caquitas pinchadas con un palo. Me giro hacia Zatch y veo que me sonríe para darme ánimos. Me vuelvo al frente y pongo una mueca sarcástica, mi especialidad. Las mariposas se han clamado un poco al pensar en que solo se fijarán en los mineros.

Las enormes puertas empiezan a abrirse por fin y se ve un camino lleno de público hasta nuestro destino. Los primeros que salen son los del distrito 1 y así sucesivamente. Hasta que llega a nosotros. El trotar de los caballos casi hace caer a Zatch del carro, y me veo obligada a sujetarlo momentáneamente del brazo. Noto como se tensan sus músculos y después se relajan otra vez cuando se coloca de nuevo en equilibrio. Me lo agradece con una sonrisa y yo le lanzo una mirada divertida pero con el mensaje: <<la próxima vez te dejaré caer>>. Me da un codazo como venganza y yo me río pero estoy otra vez a punto de resbalar. Ahora él me sujeta y estalla en carcajadas, así que me veo obligada a devolvérsela.

En una de las veces, estoy a punto de caerme de verdad entre la risa de los dos y el público estalla en carcajadas. El público, por un segundo me había olvidado que estaban allí. Zatch parece darse cuenta también, pero también le da igual, porque sigue riéndose. Entonces caigo en que ya casi hemos terminado el recorrido. Cuando paramos, Zatch se baja y me ayuda a bajarme. Sospechoso. Aprovecho la ocasión y le pego una colleja. Salgo corriendo para que me no pille y me choco contra Zaisel, que nos lleva rápidamente a nuestro piso.

Una vez dentro se pone a gritarnos.

-          ¡¿Se puede saber qué leches estabais haciendo?! – se tira de los pelos.
-          Y parecía que pasaba de todo – digo yo por lo bajo a Zatch, y los dos nos reímos.
-          ¡Se suponía que teníais que parecer serios! – nos grita Bobby, que acaba de llegar con los otros estilistas.

Los dos nos quedamos con las caras bajas y expresión culpable unos segundos, mientras nos miran con ojos severos. Observo de reojo a Zatch y veo que se está esforzando por no reírse. Eso me hace debilitarme en mi defensa, pues se me escapa un ruido extraño cuando intento contenerme. Entonces me compañero explota y se pone a reírse a carcajadas, como estoy haciendo yo un segundo después. Soy consciente de que eso cabrea a Zaisel, pero no puedo evitarlo y sigo riendo, porque en los juegos del hambre no sabes si reír o llorar y yo he elegido reír. Mucho.

-          ¿Pero qué les pasa a esta gente? – dice Zaisel mientras se va y se escucha un portazo.

Eso me hace caerme al suelo de la risa y cuando se van los demás, Zatch sigue mis pasos. Pasado un rato nos vamos calmando.

-          Joder- dice secándose las lágrimas, que han hecho que se nos corra el maquillaje -. Que mierda es estar aquí.
-          No sé tu, pero yo no pienso perder en la arena – le suelto sin  venir a cuento.
-          ¿Estas dispuesta a matar a personas que no te han hecho nada? – dice tranquilamente, mientras se desabrocha los zapatos.
-          Solo tengo ganas de acabar con los del distrito 1, 2 y 4 – imito su gesto y me saco las botas.
-          Yo no mataré a nadie, te reirás de mí, pero no puedo – mira alrededor – y ahora estamos aquí sabiendo que alguno de los dos tendrá que acabar con el otro y sin alternativa posible.
-          Podríamos hacer una cosa – le digo con una sonrisa de diablillo – ya que es una de nuestras últimas noches y después no le importaremos a nadie, podríamos salir a dar una vuelta.
-          ¿Salir del edificio? – no parece muy seguro – Habrá guardianes de la paz en la entrada.
-          Se les puede despistar – me levanto y le ofrezco mi mano, pero duda un poco – vamos, no te vendrá mal un poco de adrenalina. Además no nos pueden hacer nada pues somos tributos y no van a buscar otros a estas alturas, soltarnos sería liberarnos – miro un momento a una enorme ventana que hace de pared -. Y mira la ciudad, pide a gritos ser explorada.

Me sonríe y acepta mi mano. Nos vamos corriendo aún descalzos al ascensor y pulso el botón que indica el piso 0. Por debajo están las plantas de entrenamiento, lo sé porque lo dicen todos los años en la tele. Ahora siento otra vez las mariposas. Pero son diferentes, estas son de las que te dicen que no debes tener miedo a lo que te espere fuera, pues cuando saltes el obstáculo podrás hacer lo que te venga en gana. Te dicen que eres imparable y se cuelan por tus venas cosquilleándote bajo la piel y obligándote a sonreír sin motivo.

Noto lo nervioso que está Zatch conforme nos acercamos al piso del vestíbulo. Y entonces llegamos, suena un sonido agudo y las puertas se abren, dando paso a un lujoso hall con mucha gente, parecen estar celebrando algo. Claro, los juegos. Agarro del brazo a mi compañero y nos agachamos hasta llegar a la puerta. Cuando salimos nadie nos ha visto y no nos verán, porque hemos pasado. Respiro el aire de la ciudad sintiéndome todo lo libre que podría sentirme teniendo en cuenta mi situación. Y a mi lado, el chico hace lo mismo.

-          ¿Y ahora qué? – me dice.
-          Déjate llevar.

Salgo corriendo calle abajo y él me sigue. En nuestro paseo vemos muchas cosas. Restaurantes para gente de alta costura, o sea, todos los habitantes del capitolio. Cines. Ferias de comida. Pases de moda en plena plaza. Incluso un colegio que parece más una discoteca que un centro de estudios, con razón la media del cociente intelectual de las personas del Capitolio. Todo súper fabuloso, chillón y brillante, a  veces cegadoramente. Lo vamos comentando todo y nos reímos con cada cosa que no nos cuadra, como que aquí, hasta los gatos callejeros tienen mechas de purpurina rosas.

Al final terminamos sentados en un callejón donde hay un sillón abandonado, que está perfectamente conservado. Miro al cielo y caigo en que no se ve ni una sola y triste estrella. ¿Cómo puede vivir esta gente sin estrellas? ¿Sin esos diminutos puntos de luz tan insignificantes en comparación en esta ciudad de cuento de hadas? Apenas puede distinguirse la luna entre tanta valla publicitaria iluminada y entre tanto cartel chorra. Y por un segundo de confusión, siento lástima de esta gente. Nunca vivirán la sensación de tumbarte en el campo una noche silenciosa a mirar el firmamento y con el olor a hierba descuidada rozándote la cara de vez en cuando. Ellos tendrán todo el lujo que quieran, pero van a vivir siempre con el problema de no darse cuenta de lo poco que importa eso.

-          Deberíamos volver ya – me dice Zatch, acariciándose los pies descalzos – tendríamos que dormir un poco.

Me gustaría decirle que aunque quisiera, no podría dormir. No podría en un momento así. No sé por qué este momento es tan especial, pero a mi me lo parece. Sin embargo asiento con la cabeza sin más y empezamos el camino de vuelta al hotel. Todo en silencio. Algo me dice que él también se ha dado cuenta de lo poco que es este sitio en realidad.

Llegamos a la puerta y nos colamos tan fácilmente como antes, pues siguen todavía festejando. Veo como algunos beben un licor extraño y después van al baño como yo después de comerme aquel estofado. Son tan poco conscientes de lo que tienen, que encima lo desperdician vomitando cuando están llenos para poder comer otra vez. Es tan horrible que acelero la marcha hacia el ascensor. Una vez dentro, vuelvo a pulsar el botón y subimos sin hablar. Llegamos a la planta y me dirijo ami cuarto, que está al lado del suyo.

-          Hasta mañana – digo mientras abro mi cuarto y lo veo sonreír ligeramente.
-          Gracias – dice un segundo antes de que pueda cerrar.

Me lanzo a la cama y pienso en todo lo que ha pasado hoy. Sé que no debería hacerme amiga de Zatch. Sé que no debería vacilar a Zaisel. Sé que no debería jugar en el desfile. Sé que no debería escaparme a las calles. Pero me da igual, porque tengo sueño. Me meto en la cama sin culpa y con hambre y no duermo. No puedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario